Los Juegos Olímpicos como trampolín para la política internacional

 Publicado originalmente en Descifrando la Guerra el 19 de enero de 2022. Disponible aquí.

Las Olimpiadas son uno de los fenómenos deportivos, sociales, económicos y mediáticos más importantes de nuestros tiempos. A lo largo de su historia moderna, nadie puede negar que la oportunidad de participar en este evento se ha convertido en un auténtico sueño para cualquier deportista de élite. A pesar de su innegable importancia atlética, la cita olímpica ha trascendido al deporte. Los Juegos Olímpicos han llegado a jugar un papel fundamental legitimando el poder blando de los estados y como espacio para poner ante los ojos de la opinión pública ciertas declaraciones de intenciones políticas.

Teniendo en cuenta el reciente anuncio de Estados Unidos de boicotear institucionalmente las Olimpiadas de Beijing 2022, es clave poner sobre la mesa un pequeño esbozo sobre el origen y el papel histórico de los Juegos Olímpicos como escenario en el que también se disputa la batalla por la hegemonía geopolítica.

El estadio ateniense Panathinaikó acogió la primera edición de los JJOO modernos en 1896. Fuente: imagen de Archivo

El renacimiento de la llama olímpica

Después de mil seiscientos años de ausencia, los Juegos Olímpicos resurgieron a finales del siglo XIX de la mano de la élite francesa. El barón Pierre de Coubertin fue el artífice de la recuperación de unas nuevas Olimpiadas internacionales, fundamentadas sobre las doctrinas de construcción de la nación e ideas aristocráticas sobre la formación del carácter individual. Pero la realidad pronto se alejó de la idea inicial de Coubertin y, como todo evento social, la política no se abstuvo de participar en los Juegos Olímpicos.

No fue hasta finales del siglo XIX cuando la industrialización convirtió al deporte en un eje social. La revolución industrial en los países occidentales y el crecimiento de las grandes urbes abrió las puertas a los eventos de masas y a la popularización de la actividad física como el ciclismo, el tenis o el golf, deportes reservados, por supuesto, para la creciente élite burguesa. Es entre finales del siglo XIX y principios del XX cuando se empiezan a crear federaciones deportivas, nacen los primeros clubes y se organizan las primeras competiciones de atletismo, fútbol, rugby y natación. En este contexto de reconfiguración social es cuando aparece en escena Pierre de Coubertin, distinguido historiador y pedagogo francés que se propuso articular una nueva estructura de los Juegos Olímpicos enfocada a consolidarse como un gran evento deportivo, social y económico internacional.  

El renacimiento de las Olimpiadas se hizo oficial en Atenas 1896. Después de una ambiciosa reforma del estadio clásico Panathinaikó, el público griego acogió con euforia la vuelta de los Juegos Olímpicos desbordando todas las localidades disponibles. Unos 200 deportistas de 14 países acudieron a una convocatoria que fue todo un éxito y, aunque las dos siguientes citas fueron eclipsadas por las Exposiciones Universales de París (1900) y Saint Louis (1904), los conocidos como Juegos Intercalados de Atenas 1906 acabaron de dar el empuje definitivito a la competición. Pero la renacida gloria olímpica se asentaba a la vez que el imperialismo y la rivalidad entre los estados-nación europeos crecía y marcaba los tempos de la política global. El estallido de la Primera Guerra Mundial provocaría en 1916 la primera cancelación de las Olimpiadas, suspendidas de nuevo en 1940 y 1944 a causa de la Segunda Guerra Mundial.

El surgimiento de Juegos Olímpicos modernos respondió a un contexto social, político y económico caracterizado por la consolidación de la industrialización, con la implantación del deporte como un evento de masas, y el auge del imperialismo. El barón Coubertin, con un planteamiento propio de la alta burguesía francesa, consiguió revivir los antiguos Juegos Olímpicos y restaurar el Comité Olímpico Internacional (COI), una institución independiente que a día de hoy tiene más miembros que las Naciones Unidas. Pero pronto, los conflictos comenzaron a aparecer y los Juegos Olímpicos empezaron a jugar un rol político que, a lo largo de la historia, se ha manifestado de diversas maneras.

Los Juegos Olímpicos de entreguerras

El historial de las Olimpiadas modernas está marcado, en un primer momento, por la formulación de alternativas deportivas alejadas de los valores de los Juegos Olímpicos de Coubertin. Iniciativas como las Espartaquiadas, los Juegos Mundiales Femeninos o las Olimpiadas Obreras fueron las propuestas más relevantes surgidas durante el período de entreguerras (1918-1939).  

La Unión Soviética fue la primera gran potencia que se negó a participar en la competición al considerarla burguesa y después fue ignorada sistemáticamente por el COI. En su lugar, la administración socialista organizó durante años las Espartaquiadas, un torneo multidisciplinar pensado para superar a las Olimpiadas y presentar las virtudes de la alternativa cosmovisión socialista ante la opinión pública internacional. Los juegos soviéticos tuvieron un éxito considerable: en 1928, llegaron a superar ampliamente a las Olimpiadas en número de disciplinas y participantes. Pero, a pesar del éxito, la Unión Soviética empezó a participar en 1952 en los Juegos Olímpicos y, aunque en aquel momento las Espartaquiadas quedaron relegadas a un segundo plano, la competición mantuvo su importancia doméstica hasta la disolución de la URSS en 1991.

Paralelamente, la Internacional Deportiva Obrera, órgano deportivo asociado a la Internacional Socialista, organizó entre 1925 y 1937 las Olimpiadas Obreras. Estos eventos, celebrados en tres ediciones, fueron una reacción ante el elitismo, competitividad, exaltación nacional y mercantilización de los Juegos Olímpicos. Las ediciones de Frankfurt y Viena reunieron a mucha afición, pero la convocatoria más esperada sin duda fue la cita de Barcelona 1936. La capital catalana fue la escogida para albergar la sede de los juegos obreros y hacer la competencia a los Juegos Olímpicos que, al mismo tiempo, se iban a celebrar en el Berlín de Hitler. Finalmente, las Olimpiadas Obreras fueron canceladas en el último momento por el golpe de estado franquista, aunque, según explica el historiador Antony Beevor, centenares de atletas que habían viajado a Barcelona para competir acabaron uniéndose a las milicias populares.

En los Juegos Olímpicos de Moscú, el bloque occidental boicoteó masivamente la celebración del evento. Fuente: RT

Durante la época de entreguerras, los Juegos Olímpicos estuvieron implicados en las tensiones políticas de la época, desde la lucha contra el fascismo y la autoorganización obrera hasta las reclamaciones feministas que, ente la negativa del COI de permitir a las mujeres participar en las Olimpiadas, organizaron los Juegos Mundiales Femeninos entre 1922 y 1934. Después de dos convocatorias canceladas por causas bélicas, la reconfiguración del tablero político internacional también tuvo su efecto en la llama olímpica en forma de múltiples boicots internacionales.

La era de los boicots

En una segunda etapa de los Juegos Olímpicos, después del final de la Segunda Guerra Mundial, el boicot internacional como herramienta de presión y de protesta tomó el relevo a la organización de campeonatos alternativos. Duras sanciones o prolongadas ausencias son algunas de las consecuencias de estos boicots.  

La Segunda Guerra Mundial acarreó la expulsión disciplinaria de Alemania y Japón en 1948 por parte del COI. Los crímenes del Eje fueron castigados también en el ámbito olímpico vetando a las delegaciones alemana y japonesa la participación olímpica hasta 1952. Aquel año, las autoridades olímpicas plantearon los juegos como un espacio de reconciliación y fraternidad para paliar las aun recientes heridas de la guerra. Las Olimpiadas de Helsinki fueron bien, la Unión Soviética participó por primera vez en los juegos y el clima de hermandad y deporte protagonizó en buena medida todas y cada una de las disciplinas olímpicas. A pesar del buen ambiente mostrado en los primeros Juegos Olímpicos desde Berlín 1936, cuatro años después e inmersos en plena Guerra Fría, una ola de boicots inundó Melbourne 1956.

China inició un boicot contra los Juegos Olímpicos por la presencia de la delegación de Taiwán, un territorio que reclamaban como parte de su integridad territorial, que se extendería durante 28 años. Egipto, Irak y Líbano boicotearon los juegos denunciando la invasión de Israel, Francia y Reino Unido por la nacionalización del Canal de Suez. La España franquista, junto a otros aliados del bloque occidental, se ausentaron de los juegos bajo el pretexto de denunciar la actuación de la URSS ante las protestas húngaras en octubre de 1956. Diez años después, la práctica del boicot se había consolidado como una herramienta de protesta y presión. En 1976, varios estados africanos sabotearon los Juegos Olímpicos de Monreal para denunciar el régimen racista sudafricano. En la siguiente convocatoria, Estados Unidos (junto a más de sesenta estados más) boicotearon Moscú 1980, a lo que la Unión Soviética y sus aliados respondieron ausentándose de Los Ángeles 1984. Por su parte, las Olimpiadas de Seúl 1988 estuvieron marcadas por el boicot de Corea del Norte, Cuba, Etiopía y Nicaragua, quienes protestaron por no permitir a la República Popular de Corea organizar el evento junto a Corea del Sur.

Boicot a China en 2022

Ahora, es el choque entre Estados Unidos y China por ser la primera potencia mundial el que se ha trasladado al terreno de los Juegos Olímpicos. Bajo el pretexto de denunciar una supuesta violación de derechos humanos, EEUU y algunos de sus aliados han decretado un boicot diplomático a las Olimpiadas de Invierno de Beijing.

Un grupo de personas pide al Comité Olímpico Internacional (COI) que boicotee a los Juegos Olímpicos de Beijing. Fuente: Reuters

Faltan apenas unas semanas para que la capital china acoja sus primeros Juegos Olímpicos de Invierno y la Casa Blanca anunció a principios de diciembre que ningún alto cargo estadounidense partiría hacia Pekín en protesta por las supuestas violaciones de derechos humanos en China. A pesar de la decisión, la representación atlética norteamericana sí podrá competir ya que, en este caso, únicamente se trata de un boicot institucional. A la idea se han sumado en los últimos días países como Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Lituania, Kosovo y Japón. Francia ha descartado unirse al boicot diplomático propuesto por EEUU porque “hay que dejar a un lado el deporte y coordinar a nivel europeo medidas más duras”. Pero más allá de la posición de ciertas potencias occidentales contra China, la batalla entre Washington y Pekín ya ha desatado múltiples enfrentamientos en los últimos años y éste no es más que un nuevo episodio de las convulsas relaciones sino-estadounidenses que tiene como escenario las Olimpiadas de Invierno chinas.

Una edición más, la política internacional se traslada al terreno de los Juegos Olímpicos. Pero China no parece muy preocupada ante esta medida ya que, aunque las autoridades la consideran “una provocación flagrante y una ofensa grave al pueblo chino”, al mismo tiempo destacan que 173 delegaciones asistirán con total normalidad al evento. Parece ser que el boicot olímpico como herramienta de presión al poder blando de China esta vez no afectará demasiado a la reputación del -cada vez más- gigante asiático.

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